
Si bien es una historia de amor, no es la típica historia melosa a la que estamos acostumbrados sino un relato que se construye poco a poco, a veces de manera demasiado lenta. La amistad como base del amor entre una mujer de unos treinta y pico de años y su antiguo profesor del Instituto, un hombre mayor, de unos 70 años de edad. Su relación, un tanto extraña, se va tejiendo entre platos de comida, mucho sake y el devenir de las estaciones, de la lluvia, el viento, el verano, el invierno, las hojas que caen, las flores de cerezo en plena floración. Y aunque su desenlace me resultó predecible, igualmente logró conmoverme, quizás debido a que sus personajes son tan cotidianos, tan humanos, con sus defectos y virtudes.
Esta es una historia que si se tiene la suficiente paciencia para leer hasta la última página, y aunque da la impresión de que no pasa nada extraordinario, se puede convertir en una hermosa historia de amor. Su belleza, creo yo, radica precisamente en esa falta de situaciones extraordinarias, que le puede pasar a cualquiera.
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