jueves, 9 de mayo de 2013

Julieta piensa: Cita accidentada o la continuación de la historia del gato y las goteras, segunda parte

Mi caballero de la brillante armadura se puso al mando de su brioso corcel... Es decir, Ricardo, luego de cerrar amablemente mi puerta, subió a su vez y encendió el motor de su enorme camioneta. Puso la radio, donde sonaba una música alegre y luego sonrió, preguntándome como había ido mi día, pero luego de mirarme y de pronto, para mi gran susto frenó de golpe. Yo pensé que intentaba esquivar a algún otro vehículo, pero no se veía a nadie por ningún lado.
- ¿Qué pasa? - pregunté, sobresaltada.
- Tu chicle. - dijo él, extendiendo la mano hacia mí.
Yo me quedé mirándolo sin entender, pero él insitió, señalando mi boca y su mano. No lo podía creer, me estaba pidiendo que le diera mi chicle. Aquello parecía una mala película sobre niños traviesos o algo así. Le volví a preguntar lo que quería y él me dijo que nadie tenía derecho a comer nada, menos aun chicle en su auto, porque el tapizado era muy caro. Yo, más por asombro que por otra cosa, obedecí y entonces él tiró el chicle dentro de una bolsita que llevaba en la guantera del auto y esa bolsita pronto encontró su destino en un basurero de la calle.
Reanudamos nuestro viaje en silencio y pronto llegamos a nuestro destino. Se trataba de una de esas casas lujosas transformadas en restaurante donde todo exuda lujo. De pronto, mis vaqueros, aunque nuevos quedaron muy fuera de lugar, allí todo el mundo parecía vestido para una fiesta, incluso mi acompañante con su pantalón negro y camisa cara estaba a tono con la ocasión. Nos abrió la puerta un hombre entrado en años, vestido con levita, saludando a Ricardo como un viejo conocido. El mismo nos guió a una mesa ubicada en lo que parecía un balcón bajo y cerrado, donde un amplio ventanal tenía vista al jardín trasero, más exactamente a una piscina con cascada decorada con luces y velas flotantes. Muy romántico. Estaba por decir que todo se veía muy bonito pero fui interrumpida por el teléfono de Ricardo quien se apresuró a atender. Mientras tanto, el mozo se apresuró a servirnos agua en dos finísimas copas de vidrio y yo, sin querer, derramé la copa llena, mojando el mantel con el agua fría... ¡Y parte del agua fue a parar al regazo de Ricardo quien pegó un respingo! Claro que me disculpe y el mozo repuso rápidamente la copa, que gracias al cielo no se rompió. Todo hubiera seguido su curso normal de no ser porque en ese momento pude comprobar que el dueño de Rocky no solo era un maniatico del orden sino un histérico, porque minutos después de lo ocurrido seguía quejandose de la tela cara de su pantalón, que quien sabe como quedaría, que por suerte no fue vino pero aun asi y no se que cosas más. Yo no había aceptado su invitación para ser tratada como una especie de retrasada mental o algo así, y ya me estaba cansando de sus exquiciteses. Así que fingí una llamada, es más, saqué mi teléfono y me puse a hablar con quien supuestamente me había llamado y le dije a Ricardo que debía irme.
- ¿Quieres que te lleve? - preguntó, ahora un poco más calmado y otra vez un tanto encantador.
Yo dije que no, que tomaría un taxi.....y así me despedí de él. No me importaba que se viera como un adonis o un galán de telenovela, sospechaba que el resto de la noche me seguiría tratando como si él fuera el profesor estricto y yo la alumna que no sabía hacer nada, asi que preferí mancharme. Dije adiós con la mano y me despedí para siempre del dueño del gato intruso.


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